Eran las dos de la madrugada en la ciudad de Los Ángeles cuando Richard escuchó sonar su teléfono. Habían pasado meses desde la última llamada y él estaba preparado para lo que acontecería. El hombre que se escuchaba en la llamada fue claro, le dio la dirección y explicó las instrucciones. Richard recordaba aquella voz de algún lugar, pero no podía ubicar exactamente a quien le pertenecía.
Adentrándose en las oscuras calles de California, el joven cargaba un arma, dirigiéndose al lugar donde debía realizar su misión.
Al pasar por los lugares más remotos y abandonados del casco urbano, Richard encontró el edificio abandonado que había sido descrito en la llamada.
Oculto entre un poco de maleza aparecía la cerradura que el joven utilizó para abrir el portal que sería testigo de un baño sangriento. Richard, dentro de la construcción casi desecha, pudo observar en el suelo un pedazo de papel que parecía ser un recibo. Le resultó un tanto sospechoso el hecho de encontrar aquella hoja en un lugar tan remoto como lo era este establecimiento. Richard trato de ignorar el detalle pero desde la llamada sabía que algo extraño pasaría.
Al forzar su mirada para tratar de leer el papel que cargaba, oyó como se movía la puerta que acababa de atravesar. Su instinto fue correr, pero sabía que no serviría de nada, él se encontraba preso entre cuatro paredes casi destruidas pero no lo suficiente para poder escapar.
A sus espaldas el hombre sentía como se aproximaba la figura que le causaba terror. Cuando pudo voltearse, distinguió entre las tinieblas el rostro del individuo al que alguna vez había hecho sufrir.
“¿Me recuerdas?” Preguntó el señor que acababa de entrar. Richard no dijo nada, pero sabía exactamente quién era aquella persona.
Habían pasado años desde que el joven vio por primera vez la cara del citador que lo acompañaba. Se trataba del dueño de una joyería que Richard asaltó a mano armada cuando este solo tenía 19 años. En el altercado, Richard tratando de intimidar al comerciante, soltó sin querer un disparo que terminó con la vida de la esposa del hombre.
Preso del miedo y fugitivo de la justicia, Richard manejó cielo y tierra para poder vivir fuera de las rejas que jamás enfrentó. En cambio, parecía que había llegado la hora de pagar por su descuido. Mirando fijamente al hombre que gritó y lloró por el fallecimiento repentino de su amada Richard levantó su arma. Sin intención de dispararla, espero el movimiento infalible que realizaría el individuo. Apagando su mirada, el asesino se mantuvo inmóvil, hasta el momento cuando sonaría el estruendo que terminaría con su angustia.
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